Armas químicas en la Primera Guerra Mundial

ARMAS QUÍMICAS EN LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL

La 1ª Guerra Mundial nos ha dejado todo tipo de armas como ametralladoras, tanques o diversos sistemas que les llevaron a la conquista del cielo pero uno de sus aspectos claves será el uso de las armas químicas.
Será en esta 1ª Gran Guerra cuando la guerra química comenzó a gran escala, aunque su concepto era anterior. En la Guerra de Secesión de EEUU ya se habló de la posibilidad de utilizar proyectiles de cloro pero la idea se rechazó por considerársela contraria a la ética de la guerra.
Alemania no tuvo esos reparos. La Convención de La Haya de 1899 decía que no se podían utilizar proyectiles con el único objetivo de expandir gas tóxico de modo que para no infringirlo mezclaron un potente explosivo con un agente químico.
El primer uso de arma química en la 1ª Guerra Mundial fue el gas lacrimógeno, un gas no letal  que irritaba los ojos impidiendo la visión. Los alemanes fueron los primeros en utilizarlo pero su poca efectividad hará que se pongan para desarrollar un gas letal que sería usado en granadas de mortero. Un personaje clave fue el químico alemán Fritz Haber y se apostó por el uso de cloro y fosgeno que afectaban a la respiración y la víctima acababa ahogándose en sus propios fluidos corporales.
El cloro lo usaron los alemanes por 1ª vez en la batalla de Ypres en 1915. Esperaron a que el gas soplara hacia los franceses para evitar dañar a sus propias tropas y consiguieron una gran efectividad psicológica provocando la huida despavorida de los franceses ante la nube amarilla.
A partir de Ypres ambos bandos empezaron a utilizar estos agentes químicos. Fue una carrera a ver quien creaba un arma más dañina. Los proyectiles de artillería de 75 y 155 milímetros ofrecían un largo alcance y la capacidad de transportar gran cantidad de agentes químicos hasta las trincheras enemigas pero el problema es que se necesitaban cientos de ellos para crear una nube.
Fritz Haber de nuevo dio con la clave. Introducir el cloro en un cilindro permitía lanzar mucho más gas que en un proyectil más pequeño y además podía compartir el espacio con explosivos. Fue efectivo aunque suponía una clara violación de la Convención de La Haya.
La primera protección para los gases llegó en 1916, la primera máscara era un trozo de gamuza empapado en un agente químico.
El amoniaco y otros productos contenidos en la gamuza neutralizaban el ácido, pero la tecnología mejoró rápidamente proporcionando a los soldados máscaras más efectivas. Eran mascaras con filtros de carbón que llevaban a la espalda para neutralizar el veneno. El diseño tenía una capucha que se colocaba sobre la cara, cristales para proteger los ojos y un tubo que iba conectado a una lata que iba dentro de una mochila y que permitía filtrar el aire en su interior.
Pero estas aparatosas máscaras disminuían la efectividad de los soldados dificultándoles la puntería, además no les protegían del conocido como «gas mostaza» que se introdujo en 1917. No era un gas sino un líquido pegajoso y persistente que no era letal pero si provocaba ampollas en la carne. Tras su introducción los soldados tenían que protegerse con prendas impermeables.
Todo esto perjudicaba a las tropas aunque el gas no ofrecía una ventaja estratégica clara. Causó gran sufrimiento pero no fue decisivo representando menos de un 1% de la mortandad de la guerra.

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